sábado, 19 de diciembre de 2009

viernes, 18 de diciembre de 2009

El golpe más duro

Declaración del leñador interrogado por el oficial de investigaciones de la Kebushi

-Yo confirmo, señor oficial, mi declaración. Fui yo el que descubrió el cadáver. Esta mañana, como lo hago siempre, fui al otro lado de la montaña para hachar abetos. El cadáver estaba en un bosque al pie de la montaña. ¿El lugar exacto? A cuatro o cinco cho, me parece, del camino del apeadero de Yamashina. Es un paraje silvestre, donde crecen el bambú y algunas coníferas raquíticas.
El muerto estaba tirado de espaldas. Vestía ropa de cazador de color celeste y llevaba un eboshi de color gris, al estilo de la capital. Sólo se veía una herida en el cuerpo, pero era una herida profunda en la parte superior del pecho. Las hojas secas de bambú caídas en su alrededor estaban como teñidas de suho. No, ya no corría sangre de la herida, cuyos bordes parecían secos y sobre la cual, bien lo recuerdo, estaba tan agarrado un gran tábano que ni siquiera escuchó que yo me acercaba.
¿Si encontré una espada o algo ajeno? No. Absolutamente nada. Solamente encontré, al pie de un abeto vecino, una cuerda, y también un peine. Eso es todo lo que encontré alrededor, pero las hierbas y las hojas muertas de bambú estaban holladas en todos los sentidos; la victima, antes de ser asesinada, debió oponer fuerte resistencia. ¿Si no observé un caballo? No, señor oficial. No es ese un lugar al que pueda llegar un caballo. Una infranqueable espesura separa ese paraje de la carretera.

Declaración del monje budista interrogado por el mismo oficial

-Puedo asegurarle, señor oficial, que yo había visto ayer al que encontraron muerto hoy. Sí, fue hacia el mediodía, según creo; a mitad de camino entre Sekiyama y Yamashina. Él marchaba en dirección a Sekiyama, acompañado por una mujer montada a caballo. La mujer estaba velada, de manera que no pude distinguir su rostro. Me fijé solamente en su kimono, que era de color violeta. En cuanto al caballo, me parece que era un alazán con las crines cortadas. ¿Las medidas? Tal vez cuatro shaku cuatro sun, me parece; soy un religioso y no entiendo mucho de ese asunto. ¿El hombre? Iba bien armado. Portaba sable, arco y flechas. Sí, recuerdo más que nada esa aljaba laqueada de negro donde llevaba una veintena de flechas, la recuerdo muy bien.
¿Cómo podía adivinar yo el destino que le esperaba? En verdad la vida humana es como el rocío o como un relámpago... Lo lamento... no encuentro palabras para expresarlo...


Declaración del soplón interrogado por el mismo oficial

-¿El hombre al que agarré? Es el famoso bandolero llamado Tajomaru, sin duda. Pero cuando lo apresé estaba caído sobre el puente de Awataguchi, gimiendo. Parecía haber caído del caballo. ¿La hora? Hacia la primera del Kong, ayer al caer la noche. La otra vez, cuando se me escapó por poco, llevaba puesto el mismo kimono azul y el mismo sable largo. Esta vez, señor oficial, como usted pudo comprobar, llevaba también arco y flechas. ¿Que la víctima tenía las mismas armas? Entonces no hay dudas. Tajomaru es el asesino. Porque el arco enfundado en cuero, la aljaba laqueada en negro, diecisiete flechas con plumas de halcón, todo lo tenía con él. También el caballo era, como usted dijo, un alazán con las crines cortadas. Ser atrapado gracias a este animal era su destino. Con sus largas riendas arrastrándose, el caballo estaba mordisqueando hierbas cerca del puente de piedra, en el borde de la carretera.
De todos los ladrones que rondan por los caminos de la capital, este Tajomaru es conocido como el más mujeriego. En el otoño del año pasado fueron halladas muertas en la capilla de Pindola del templo Toribe, una dama que venía en peregrinación y la joven sirvienta que la acompañaba. Los rumores atribuyeron ese crimen a Tajomaru. Si es él quien mató a este hombre, es fácil suponer qué hizo de la mujer que venía a caballo. No quiero entrometerme donde no me corresponde, señor oficial, pero este aspecto merece ser aclarado.

Declaración de una anciana interrogada por el mismo oficial

-Sí, es el cadáver de mi yerno. Él no era de la capital; era funcionario del gobierno de la provincia de Wakasa. Se llamaba Takehito Kanazawa. Tenía veintiséis años. No. Era un hombre de buen carácter, no podía tener enemigos.
¿Mi hija? Se llama Masago. Tiene diecinueve años. Es una muchacha valiente, tan intrépida como un hombre. No conoció a otro hombre que a Takehiro. Tiene cutis moreno y un lunar cerca del ángulo externo del ojo izquierdo. Su rostro es pequeño y ovalado.
Takehiro había partido ayer con mi hija hacia Wakasa. ¡Quién iba a imaginar que lo esperaba este destino! ¿Dónde está mi hija? Debo resignarme a aceptar la suerte corrida por su marido, pero no puedo evitar sentirme inquieta por la de ella. Se lo suplica una pobre anciana, señor oficial: investigue, se lo ruego, qué fue de mi hija, aunque tenga que arrancar hierba por hierba para encontrarla. Y ese bandolero... ¿Cómo se llama? ¡Ah, sí, Tajomaru! ¡Lo odio! No solamente mató a mi yerno, sino que... (Los sollozos ahogaron sus palabras.)

Confesión de Tajomaru

Sí, yo maté a ese hombre. Pero no a la mujer. ¿Que dónde está ella entonces? Yo no sé nada. ¿Qué quieren de mí? ¡Escuchen! Ustedes no podrían arrancarme por medio de torturas, por muy atroces que fueran, lo que ignoro. Y como nada tengo que perder, nada oculto.
Ayer, pasado el mediodía, encontré a la pareja. El velo agitado por un golpe de viento descubrió el rostro de la mujer. Sí, sólo por un instante... Un segundo después ya no lo veía. La brevedad de esta visión fue causa, tal vez, de que esa cara me pareciese tan hermosa como la de Bosatsu. Repentinamente decidí apoderarme de la mujer, aunque tuviese que matar a su acompañante.
¿Qué? Matar a un hombre no es cosa tan importante como ustedes creen. El rapto de una mujer implica necesariamente la muerte de su compañero. Yo solamente mato mediante el sable que llevo en mi cintura, mientras ustedes matan por medio del poder, del dinero y hasta de una palabra aparentemente benévola. Cuando matan ustedes, la sangre no corre, la víctima continúa viviendo. ¡Pero no la han matado menos! Desde el punto de vista de la gravedad de la falta me pregunto quién es más criminal. (Sonrisa irónica.)
Pero mucho mejor es tener a la mujer sin matar a hombre. Mi humor del momento me indujo a tratar de hacerme de la mujer sin atentar, en lo posible, contra la vida del hombre. Sin embargo, como no podía hacerlo en el concurrido camino a Yamashina, me arreglé para llevar a la pareja a la montaña.
Resultó muy fácil. Haciéndome pasar por otro viajero, les conté que allá, en la montaña, había una vieja tumba, y que en ella yo había descubierto gran cantidad de espejos y de sables. Para ocultarlos de la mirada de los envidiosos los había enterrado en un bosque al pie de la montaña. Yo buscaba a un comprador para ese tesoro, que ofrecía a precio vil. El hombre se interesó visiblemente por la historia... Luego... ¡Es terrible la avaricia! Antes de media hora, la pareja había tomado conmigo el camino de la montaña.
Cuando llegamos ante el bosque, dije a la pareja que los tesoros estaban enterrados allá, y les pedí que me siguieran para verlos. Enceguecido por la codicia, el hombre no encontró motivos para dudar, mientras la mujer prefirió esperar montada en el caballo. Comprendí muy bien su reacción ante la cerrada espesura; era precisamente la actitud que yo esperaba. De modo que, dejando sola a la mujer, penetré en el bosque seguido por el hombre.
Al comienzo, sólo había bambúes. Después de marchar durante un rato, llegamos a un pequeño claro junto al cual se alzaban unos abetos... Era el lugar ideal para poner en práctica mi plan. Abriéndome paso entre la maleza, lo engañé diciéndole con aire sincero que los tesoros estaban bajo esos abetos. El hombre se dirigió sin vacilar un instante hacia esos árboles enclenques. Los bambúes iban raleando, y llegamos al pequeño claro. Y apenas llegamos, me lancé sobre él y lo derribé. Era un hombre armado y parecía robusto, pero no esperaba ser atacado. En un abrir y cerrar de ojos estuvo atado al pie de un abeto. ¿La cuerda? Soy ladrón, siempre llevo una atada a mi cintura, para saltar un cerco, o cosas por el estilo. Para impedirle gritar, tuve que llenarle la boca de hojas secas de bambú.
Cuando lo tuve bien atado, regresé en busca de la mujer, y le dije que viniera conmigo, con el pretexto de que su marido había sufrido un ataque de alguna enfermedad. De más está decir que me creyó. Se desembarazó de su ichimegasa y se internó en el bosque tomada de mi mano. Pero cuando advirtió al hombre atado al pie del abeto, extrajo un puñal que había escondido, no sé cuándo, entre su ropa. Nunca vi una mujer tan intrépida. La menor distracción me habría costado la vida; me hubiera clavado el puñal en el vientre. Aun reaccionando con presteza fue difícil para mí eludir tan furioso ataque. Pero por algo soy el famoso Tajomaru: conseguí desarmarla, sin tener que usar mi arma. Y desarmada, por inflexible que se haya mostrado, nada podía hacer. Obtuve lo que quería sin cometer un asesinato.
Sí, sin cometer un asesinato, yo no tenía motivo alguno para matar a ese hombre. Ya estaba por abandonar el bosque, dejando a la mujer bañada en lágrimas, cuando ella se arrojó a mis brazos como una loca. Y la escuché decir, entrecortadamente, que ella deseaba mi muerte o la de su marido, que no podía soportar la vergüenza ante dos hombres vivos, que eso era peor que la muerte. Esto no era todo. Ella se uniría al que sobreviviera, agregó jadeando. En aquel momento, sentí el violento deseo de matar a ese hombre. (Una oscura emoción produjo en Tajomaru un escalofrío.)
Al escuchar lo que les cuento pueden creer que soy un hombre más cruel que ustedes. Pero ustedes no vieron la cara de esa mujer; no vieron, especialmente, el fuego que brillaba en sus ojos cuando me lo suplicó. Cuando nuestras miradas se cruzaron, sentí el deseo de que fuera mi mujer, aunque el cielo me fulminara. Y no fue, lo juro, a causa de la lascivia vil y licenciosa que ustedes pueden imaginar. Si en aquel momento decisivo yo me hubiera guiado sólo por el instinto, me habría alejado después de deshacerme de ella con un puntapié. Y no habría manchado mi espada con la sangre de ese hombre. Pero entonces, cuando miré a la mujer en la penumbra del bosque, decidí no abandonar el lugar sin haber matado a su marido.
Pero aunque había tomado esa decisión, yo no lo iba a matar indefenso. Desaté la cuerda y lo desafié. (Ustedes habrán encontrado esa cuerda al pie del abeto, yo olvidé llevármela.) Hecho una furia, el hombre desenvainó su espada y, sin decir palabra alguna, se precipitó sobre mí. No hay nada que contar, ya conocen el resultado. En el vigésimo tercer asalto mi espada le perforó el pecho. ¡En el vigésimo tercer asalto! Sentí admiración por él, nadie me había resistido más de veinte... (Sereno suspiro.)
Mientras el hombre se desangraba, me volví hacia la mujer, empuñando todavía el arma ensangrentada. ¡Había desaparecido! ¿Para qué lado había tomado? La busqué entre los abetos. El suelo cubierto de hojas secas de bambú no ofrecía rastros. Mi oído no percibió otro sonido que el de los estertores del hombre que agonizaba.
Tal vez al comenzar el combate la mujer había huido a través del bosque en busca de socorro. Ahora ustedes deben tener en cuenta que lo que estaba en juego era mi vida: apoderándome de las armas del muerto retomé el camino hacia la carretera. ¿Qué sucedió después? No vale la pena contarlo. Diré apenas que antes de entrar en la capital vendí la espada. Tarde o temprano sería colgado, siempre lo supe. Condénenme a morir. (Gesto de arrogancia.)

Confesión de una mujer que fue al templo de Kiyomizu

-Después de violarme, el hombre del kimono azul miró burlonamente a mi esposo, que estaba atado. ¡Oh, cuánto odio debió sentir mi esposo! Pero sus contorsiones no hacían más que clavar en su carne la cuerda que lo sujetaba. Instintivamente corrí, mejor dicho, quise correr hacia él. Pero el bandido no me dio tiempo, y arrojándome un puntapié me hizo caer. En ese instante, vi un extraño resplandor en los ojos de mi marido... un resplandor verdaderamente extraño... Cada vez que pienso en esa mirada, me estremezco. Imposibilitado de hablar, mi esposo expresaba por medio de sus ojos lo que sentía. Y eso que destellaba en sus ojos no era cólera ni tristeza. No era otra cosa que un frío desprecio hacia mí. Más anonadada por ese sentimiento que por el golpe del bandido, grité alguna cosa y caí desvanecida.
No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que recuperé la conciencia El bandido había desaparecido y mi marido seguía atado al pie del abeto. Incorporándome penosamente sobre las hojas secas, miré a mi esposo: su expresión era la misma de antes: una mezcla de desprecio y de odio glacial. ¿Vergüenza? ¿Tristeza? ¿Furia? ¿Cómo calificar a lo que sentía en ese momento? Terminé de incorporarme, vacilante; me aproximé a mi marido y le dije:
-Takehiro, después de lo que he sufrido y en esta situación horrible en que me encuentro, ya no podré seguir contigo. ¡No me queda otra cosa que matarme aquí mismo! ¡Pero también exijo tu muerte! Has sido testigo de mi vergüenza! ¡No puedo permitir que me sobrevivas!
Se lo dije gritando. Pero él, inmóvil, seguía mirándome como antes, despectivamente. Conteniendo los latidos de mi corazón, busqué la espada de mi esposo. El bandido debió llevársela, porque no pude encontrarla entre la maleza. El arco y las flechas tampoco estaban. Por casualidad, encontré cerca mi puñal. Lo tomé, y levantándolo sobre Takehiro, repetí:
-Te pido tu vida. Yo te seguiré.
Entonces, por fin movió los labios. Las hojas secas de bambú que le llenaban la boca le impedían hacerse escuchar. Pero un movimiento de sus labios casi imperceptible me dio a entender lo que deseaba. Sin dejar de despreciarme, me estaba diciendo: «Mátame».
Semiconsciente, hundí el puñal en su pecho, a través de su kimono.
Y volví a caer desvanecida. Cuando desperté, miré a mi alrededor. Mi marido, siempre atado, estaba muerto desde hacía tiempo. Sobre su rostro lívido, los rayos del sol poniente, atravesando los bambúes que se entremezclaban con las ramas de los abetos, acariciaban su cadáver. Después... ¿qué me pasó? No tengo fuerzas para contarlo. No logré matarme. Apliqué el cuchillo contra mi garganta, me arrojé a una laguna en el valle... ¡Todo lo probé! Pero, puesto que sigo con vida, no tengo ningún motivo para jactarme. (Triste sonrisa.) Tal vez hasta la infinitamente misericorde Bosatsu abandonaría a una mujer como yo. Pero yo, una mujer que mató a su esposo, que fue violada por un bandido... qué podía hacer. Aunque yo... yo... (Estalla en sollozos.)

Lo que narró el espíritu de Takehiro por labios de una bruja

-El salteador, una vez logrado su fin, se sentó junto a mi mujer y trató de consolarla por todos los medios. Naturalmente, a mí me resultaba imposible decir nada; estaba atado al pie del abeto. Pero la miraba a ella significativamente, tratando de decirle: «No lo escuches, todo lo que dice es mentira». Eso es lo que yo quería hacerle comprender. Pero ella, sentada lánguidamente sobre las hojas muertas de bambú, miraba con fijeza sus rodillas. Daba la impresión de que prestaba oídos a lo que decía el bandido. Al menos, eso es lo que me parecía a mí. El bandido, por su parte, escogía las palabras con habilidad. Me sentí torturado y enceguecido por los celos. Él le decía: «Ahora que tu cuerpo fue mancillado tu marido no querrá saber nada de ti. ¿No quieres abandonarlo y ser mi esposa? Fue a causa del amor que me inspiraste que yo actué de esta manera». Y repetía una y otra vez semejantes argumentos. Ante tal discurso, mi mujer alzó la cabeza como extasiada. Yo mismo no la había visto nunca con expresión tan bella. ¡Y qué piensan ustedes que mi tan bella mujer respondió al ladrón delante de su marido maniatado! Le dijo: «Llévame donde quieras». (Aquí, un largo silencio.)
Pero la traición de mi mujer fue aún mayor. ¡Si no fuera por esto, yo no sufriría tanto en la negrura de esta noche! Cuando, tomada de la mano del bandolero, estaba a punto de abandonar el lugar, se dirigió hacia mí con el rostro pálido, y señalándome con el dedo a mí, que estaba atado al pie del árbol, dijo: «¡Mata a ese hombre! ¡Si queda vivo no podré vivir contigo!». Y gritó una y otra vez como una loca: «¡Mátalo! ¡Acaba con él!». Estas palabras, sonando a coro, me siguen persiguiendo en la eternidad. ¡Acaso pudo salir alguna vez de labios humanos una expresión de deseos tan horrible! ¡Escuchó o ha oído alguno palabras tan malignas! Palabras que... (Se interrumpe, riendo extrañamente.)
Al escucharlas hasta el bandido empalideció. «¡Acaba con este hombre!». Repitiendo esto, mi mujer se aferraba a su brazo. El bandido, mirándola fijamente, no le contestó. Y de inmediato la arrojó de una patada sobre las hojas secas. (Estalla otra vez en carcajadas.) Y mientras se cruzaba lentamente de brazos, el bandido me preguntó: «¿Qué quieres que haga? ¿Quieres que la mate o que la perdone? No tienes que hacer otra cosa que mover la cabeza. ¿Quieres que la mate?...»
Solamente por esa actitud, yo habría perdonado a ese hombre. (Silencio.)
Mientras yo vacilaba, mi esposa gritó y se escapó, internándose en el bosque. El hombre, sin perder un segundo, se lanzó tras ella, sin poder alcanzarla. Yo contemplaba inmóvil esa pesadilla. Cuando mi mujer se escapó, el bandido se apoderó de mis armas, y cortó la cuerda que me sujetaba en un solo punto. Y mientras desaparecía en el bosque, pude escuchar que murmuraba:
«Esta vez me toca a mí». Tras su desaparición, todo volvió a la calma. Pero no. «¿Alguien llora?», me pregunté. Mientras me liberaba, presté atención: eran mis propios sollozos los que había oído. (La voz calla, por tercera vez, haciendo una larga pausa.)
Por fin, bajo el abeto, liberé completamente mi cuerpo dolorido. Delante mío relucía el puñal que mi esposa había dejado caer. Asiéndolo, lo clavé de un golpe en mi pecho. Sentí un borbotón acre y tibio subir por mi garganta, pero nada me dolió. A medida que mi pecho se entumecía, el silencio se profundizaba. ¡Ah, ese silencio! Ni siquiera cantaba un pájaro en el cielo de aquel bosque. Sólo caía, a través de los bambúes y los abetos, un último rayo de sol que desaparecía... Luego ya no vi bambúes ni abetos. Tendido en tierra, fui envuelto por un denso silencio. En aquel momento, unos pasos furtivos se me acercaron. Traté de volver la cabeza, pero ya me envolvía una difusa oscuridad. Una mano invisible retiraba dulcemente el puñal de mi pecho. La sangre volvió a llenarme la boca. Ese fue el fin. Me hundí en la noche eterna para no regresar...

Ryunosuke Akutagawa - En el bosque

miércoles, 16 de diciembre de 2009

CHINA Y JAPÓN


Es rotunda la diferencia cuando se escucha conversar a un alemán con un francés o inglés sobre la SGM y a un japonés con un chino o coreano, sobre el mismo tema.En los europeos, existe consenso sobre las causas y efectos del conflicto, los alemanes, reconocen, de manera descarnada, los horrores de la Alemania Nazi. Por eso es impensable una disputa entre estos países, el tema se considera superado y sobre el existe un acuerdo. ¿Por qué entonces la II Guerra Mundial divide a japoneses y chinos?

PURGA

Terminada la SGM, el Tribunal de Tokio juzgó a 28 criminales de guerra (acusados de planificar, preparar o iniciar una guerra de agresión) y se condenó a la pena capital a siete de ellos.Luego se removió a 200 mil militares, líderes gubernamentales y empresariales y los que hubieran participado en el militarismo.Esta purga afectó a uno de cada cuatro ejecutivos, lo que debilitó el esfuerzo de reconstrucción, debido a la falta de personal para hacer que el país funcionara.MacArthur quería reformar el Estado japonés con una nueva Constitución, incluyendo el Artículo IX, que explícitamente renunciaba a perpetuidad a la guerra, y una reforma agraria, económica y social. Sin embargo cambió de actitud.

RETROCESO

A partir de 1947 hicieron Estados Unidos piensa que es más urgente revivir la economía japonesa que reestructurarla.La economía japonesa se encontraba en ruinas y no daba señales de vigor, a pesar de la inmensa cantidad de recursos que inyectaba Washington.Esta debilidad era mucho preocupante frente al triunfo de Mao en 1949.La Guerra Fría convence que lo más importante es fortalecer a Japón para volverlo un bastión anticomunista en Asia.Como resultado muchos burócratas, que tuvieron activa participación durante la SGM, volvieron a puestos.La guerra de Corea en 1950, catapultó a Japón aliado de los Estados Unidos y convenció a éste de que ya era hora de firmar un tratado con Japón y terminar la ocupación.El tratado se firmó el 8 de septiembre de 1951, en San Francisco, donde se declaró el fin de la guerra, se restauró la soberanía a Japón y se termina la ocupación.No fue extraño ver como a la cabeza del Ministerio de Educación de Japón se eligiera en 1953 a Odachi Shigeo, quien, durante la SGM fue el alcalde de Singapur durante la durísima ocupación japonesa.Otro funcionario de la maquinaria de guerra japonesa, llamado Nadao Hirokichi fue elegido Ministro de Educación por cuatro períodos donde tuvo la tarea de corregir los “excesos” de las políticas educativas durante la ocupación.En 1957 se elige Primer Ministro a Nobusuke Kishi, un criminal de guerra,YASUKUNIJapón, rinde tributo a sus soldados muertos en el Santuario Yasukuni. De acuerdo a la creencia Shinto, el espíritu mismo de los soldados ha sido consagrado en dicho Santuario. Junto con 2,5 millones de soldados muertos, 14 criminales de guerra se encuentran consagrados en dicho santuario y cada vez que un Primer Ministro acude a rendir tributo a los soldados muertos, China lo considera un insulto, está rindiendo tributo a criminales de guerra.

LOS TEXTOS.

Al explicar lo ocurrido en Nanjing, donde el tribunal de Tokio reconoció unos 40 mil muertos civiles chinos a manos de los soldados japoneses, algunos textos japoneses solo mencionan en dos líneas que ocurrieron “incidentes”. Los chinos acusan a Japón de “blanquear” la historia. Los japoneses creen que China ha educado a para el odio a Japón. En la masacre de Nanjing, los historiadores chinos estiman la cifra de muertos en 300 y 20 mil mujeres violadas por las tropas japonesas. Si se habla con un estudiante chino Nanjing, la reacción contra Japón es clarísima.Los japoneses agregan que varios primeros ministros se han disculpado ante sus pares chinos en más de 17 oportunidades por el sufrimiento causado al pueblo chino durante las SGM, junto con una ayuda económica nipona de mas de 30 mil millones de dólares.El 23 de abril del 2005, el Primer Ministro japonés Junichiro Koizumi reunido en Jakarta con el Presidente chino Hu JinTao en la cumbre de líderes africanos y asiáticos, pidió una vez más disculpas por lo sucedido en la SGM y expresó su “más profundo remordimiento”. Junichiro Koizumi, rindió sus respetos el 30 de mayo a los soldados muertos, pero esta vez en el Cementerio Nacional Chidorigafuchi, donde no se encuentran criminales de guerra.Falta para que chinos y japoneses puedan hablar sobre la SGM como lo harían los europeos.

http://www.japonartesescenicas.org/estudiosjaponeses/articulos/chinayjapon.html---------------------

Los chilenos quieren cambiar nuestros textos, que no digan lo que dicen ¿lo que dicen nuestros textos será falso?. Los chilenos aducen que los textos de historia peruanos alientan el antichilenismo y que ese antichilenismo perturba las relaciones e impide la concordia. Esto es todo al revés : un paseo por blogs chilenos nos dejará ahítos de ofensas y llenos de indignación. ¿Este docente consigue explicarse?


¿habrá alguién por allí dispuesto a complacer a los chilenos? ¿conseguirá Piñeira lo que quiere? por allí me dicen que desde hace tiempo Chile pide el cambio de los textos, que esta exigencia va camino a convertirse en condición sine qua non en los tratos con el vecino, que ya se han hecho algunas reformas, que la principal objeción para aceptar esta imposición chilena no viene de la dignidad nacional sino del riesgo que para la gobernabilidad y las aspiraciones políticas de cualquier gobierno peruano supondría este paso, en vista, de la reacción de sectores nacionalistas (demonizados) y del gremio docente (alabado).Pero hay maneras de hacer digerible todo, y los cambios difícíles de aceptar , se hacen de a poco, empiezan con declaraciones falaces - como la de S. P. - y siguen con un aprovechamiento supremo de las coyunturas, y siempre van acompañados de aumentos de sueldo o de gratificaciones.


http://chile-hoy.blogspot.com/
http://razonyfuerza.mforos.com/

EL COMPONENTE (POLÍTICO SIC)


Plegaria a Osiris

Del libro de los muertos

Salve, Gran Dios,
Señor de la verdad y de la justicia
Heme ante ti, dueño mío
Traigo conmigo la verdad
No he cometido injusticia contra los hombres
No he oprimido a los pobres
No he forzado al trabajo a ningún hombre libre más allá de lo que él mismo buscara
No he delinquido
No he cometido lo que es abominación para los dioses
No he sido causa para que el esclavo sea maltratado por su amo
No hice padecer hambre
No he hecho llorar a ningún hombre
No he asesinado a nadie
No he traicionado a ninguno
No hice menguar ni un ápice las provisiones del templo
No eche a perder el pan de la ofenda de los dioses
No he blasfemado
No falsifique el peso en la balanza
No hurte la leche a la boca de los lactantes
No he apresado con redes las aves de los dioses
¡Soy puro!

Papiro de 3000 a.C.

Máspero

martes, 15 de diciembre de 2009

MENSAJE A LOS PERUANOS


He dicho, después, de haberlo comprobado, que en el Perú la clase alta está profundamente corrompida y que su egoísmo la lleva, para satisfacer su afán de lucro, su amor al poder y sus otras pasiones, a las tentativas más antisociales. He dicho también que el embrutecimiento del pueblo es extremo en todas las razas que la componen. Estas dos situaciones se han enfrentado siempre una a otra en todos los países. El embrutecimiento de un pueblo hace nacer la inmoralidad de las clases altas y esta inmoralidad se propaga y llega, con toda su potencia adquirida durante su carrera, a los últimos peldaños de la jerarquía social. Cuando la totalidad de los individuos sepa leer y escribir, cuando los periódicos penetren hasta la choza del indio, entonces, encontrando, en el pueblo jueces cuya censura habréis de temer y cuyos sufragios deberéis buscar, adquiriréis las virtudes que os faltan. Entonces el clero, para conservar su influencia sobre este pueblo, reconocerá que los medios que emplea en la actualidad ni pueden servirle. Las procesiones burlescas y todos los oropeles del paganismo serán reemplazados por las predicas instructivas, por que después de que la imprenta haya despertado la razón de las masas, será a esta nueva facultad a que habrá de dirigirse su se quiere ser escuchado. Instruir, pues, al pueblo; es por allí donde debéis empezar para entrar en la vía de la prosperidad. Estableced escuelas hasta en las aldeas más humildes: esto es lo urgente en la actualidad. Emplead en ello todos vuestros recursos. Consagrad a esto los bienes de los conventos, pues no podríais darle destino más religioso. Tomad medidas para facilitar el aprendizaje. El hombre que tiene un oficio no es ya un proletario. A menos que le hieran calamidades publicas, no tiene ya necesidad de recurrir a la caridad de sus conciudadanos. Conserva así la independencia de su carácter tan necesaria para que se desarrolle un pueblo libre. El porvenir es de América. Los prejuicios ni pueden adherirse a ella como en nuestra vieja Europa. Las poblaciones no son lo bastante homogéneas como para que este obstáculo retarde el progreso. Desde que el trabajo deje de ser considerado como patrimonio del esclavo y de las clases ínfimas de la población, todos harán merito de él algún día, y la ociosidad lejos de ser un título a la consideración, no será ya mirada sino como un delito de la escoria de la sociedad.


Vuestra compatriota y amiga

Flora Tristán

Paris agosto de 1836

domingo, 6 de diciembre de 2009

COMIDA PERUANA

La comida peruana es infinitamente superior a la chilena

Durante una breve visita al Perú, la enóloga Cecilia Torres, considerada la mejor especialista del 2007 en Chile, afirmó que la comida peruana es insuperable e infinitamente mejor que la chilena, lo que la convierte en el complemento perfecto para maridar con los vinos del país del sur.“La llegada de peruanos a Chile ha sido una bendición, porque muchos de ellos abrieron restaurantes que hoy son los mejores de Santiago, preferidos por los paladares de gourmet; de esta manera, pudimos maridar los vinos top y de todo precio de nuestra viña con los potajes del Perú, obteniendo unos resultados más que auspiciosos.”´

¿Y del pisco? “Bueno, no cabe duda que el pisco del Perú también es superior, los chilenos conocedores piden siempre un pisco sour peruano antes que uno chileno.”

http://www.pescaenred.com.pe/article.asp?aid=1230&org=81

CARTA DE JACOB FUGGER A CARLOS V


Serenísimo, Todopoderoso Emperador, Romano y Graciosísimo Señor Vuestra real majestad se da sin duda plena cuenta de hasta qué punto yo y mis sobrinos nos hemos inclinado siempre a servir a la Casa de Austria y a promover con toda sumisión su bienestar y su prosperidad. Por esta razón cooperamos con el anterior emperador Maximiliano, el antepasado de Vuestra majestad Imperial y, en real sostenimiento de Su Majestad, con el objeto de asegurar la corona imperial a Vuestra Majestad imperial dimos garantías a varios príncipes que pusieron su confianza y su fe en mí como quizás en ningún otro. Nosotros también cuando los delegados designados por Vuestra Majestad trataban de terminar la empresa antes mencionada, proporcionamos una considerable suma de dinero que fue conseguida no por mí y mis sobrinos solamente, sino también por algunos de mis buenos amigos, a gran costo, de modo que los excelentes nobles alcanzaron el éxito para gran honor y biendanza de Vuestra Majestad Imperial.Es también muy sabido que Vuestra Majestad no habría podido adquirir sin mí la Corona Imperial, como puedo comprobar con las declaraciones escritas de todos los delegados de Vuestra Majestad Imperial. Y en todo esto yo no he buscado mi propio provecho. Pues si hubiera retirado mi apoyo a la Casa de Austria y lo hubiera transferido a Francia, habría obtenido mayor beneficio y mucho dinero que me ofrecieron en aquella época. Pero la desventaja que se habría generado de ello para la Casa de Austria es algo que Vuestra Majestad Imperial, con su profunda comprensión puede concebir bien. Tomado todo esto en consideración ruego respetuosamente a Vuestra Majestad Imperial que reconozca graciosamente mi fiel y humilde servicio consagrado al mayor bienestar de Vuestra Majestad Imperial y ordene que el dinero que he desembolsado, junto con el interés que devenga, sea reconocido y pagado sin mayor demora. Con el objeto de merecer eso de Vuestra Majestad Imperial, me comprometo a seros fiel con toda humildad, y por la presente me encomiendo como su fiel en todo tiempo a Vuestra Majestad Imperial,El más humilde servidor de Vuestra Majestad Imperial Jacob Fugger